22 de octubre de 2012

¿La décima es la vencida?

Una vez más no tuvimos el valor de hablar de frente, de ser honestos con el otro. Tú preferiste callarte, alimentando con ello un pedacito de ilusión que aun conservaba; yo escogí, por una vez, no tener la iniciativa de jalar el carrito por los dos, quedándome a la expectativa de que te decidieras a aterrizar los pendientes, como habíamos quedado. Pero fue la última vez. Y creo que así es mejor. Duele en el alma, como nunca. Pero es mejor.

Sé que no me vas a buscar porque me conoces y sabes que el tono de voz que escuchaste al teléfono no era felicidad, no era indiferencia ni amistad. Era mi voz herida, enfurecida; mi voz de rabia contenida, de decepción, frustración; de ganas ahogadas de gritarte, de mandarte al carajo.

Pero no lo hice y fue mejor. Aunque no lo digo con total convicción en este momento, una parte de mí sabe que lo fue. Porque debió ser así hace mucho, porque nos empeñamos en no soltar, en seguir ahí para nada. Y tú te empeñaste en amarrarme para soltarme cuando te diera la gana. Tal vez yo hice lo mismo en otro momento, tal vez. Pero, aunque no me gusta justificarme, yo siempre estuve ahí para ti, y la única razón de que me haya distanciado fue que me empujabas fuera una y otra vez hasta cansarte, hasta cansarme yo también. Y una vez que estaba suficientemente lejos, me pedías que regresara, te sentías vacío y desorientado. En fin, duele que nada de lo que hay ahora se parezca a lo que nos imaginamos una vez; que lo que yo tengo no lo quieras, y lo que tienes no lo quieras compartir. Duele haber inspirado tus ganas de pasar tiempo juntos, ser esa por quien valía la pena desvelarse, mejorar, gastar, tener detalles, y ya no serlo más. Y sé que te duele también, porque de algún modo quisieras querer estar aquí. Duele pero ya no es, y cuando deje de doler, sólo quedará el cariño que ambos sentimos, un eterno gracias y un te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario