4 de enero de 2010

Pasión por lo que haces

La semana pasada me dispuse a ver Titanic como por quinta vez. Es una película, entre muchas otras, que me encanta y me hace llorar cada vez que la veo. No voy a discutir si Di Caprio es gay, si la historia es cursi... whatever. Más allá de la historia de amor, que sin duda alguna es preciosa, me fascina e impacta la parte histórica del suceso. Es la única película que ma ha hecho llorar desde la primera escena en donde todavía están pasando los créditos: esa escena en color sepia en que están todos en el muelle despidiéndose minutos antes de zarpar... Me provocó una angustia horrible pensar en toda esa gente, todas las vidas que se perdieron en medio del océano, todas las historias sin contar y sin terminar, sus secretos y sus miedos...

Pero más allá de todo eso, una parte que me mata, y que da tema a este post, es una de las historias más famosas sobre el hundimiento del Titanic: el cuarteto de cuerdas. Los músicos que no dejaron de tocar hasta que la muerte les arrebató el último acorde. Aclaro que al final de la película aparece un cuarteto, pero en realidad era una orquesta de ocho músicos (Wallace Hartley (director), Roger Bricoux, Theodore Brailey, Jock Hume, J.W. Woodward, Fred Clarke, P.C. Taylor y G. Krins). Ninguno de ellos sobrevivió al naufragio.*



Esta historia me hace pensar en muchas cosas además del tema obvio de la muerte; en particular esta quinta vez mi mente se centró en la pasión que uno siente -o debe sentir-por lo que hace; el valor de vivir y morir haciendo lo que te apasiona, lo que te mueve desde adentro... para mí, la única manera en que realmente vale la pena vivir.

Estos cuatro personajes vivían para su música, cada uno para su respectivo instrumento; su compañero, su mejor amigo, su confidente. No quiero decir de modo alguno que ninguno tuviera otros lazos emocionales o motivos para vivir, es sólo que la conexión de un músico con su instrumento es de otra índole, que sólo un músico entiende. Esa conexión, en la historia que nos ocupa, llegó al grado de darles serenidad, resignación, paz interior y satisfacción en los últimos minutos de su vida, en medio del caos, el pánico y la muerte inminente que invadía todo y a todos.

Como nota al margen, sin querer desviarme mucho del tema, hay una canción interpretada por Celine Dion que curiosamente habla de un naufragio y me provoca el mismo sentimiento; me saca una lágrima cada vez que la escucho... por lo que dice y por cómo la canta esta señora... el título es "Sur le même bateau" (En el mismo barco), y la letra dice lo siguiente (si quieres ver la traducción al inglés, click aquí):


Sur les passerelles a l'embarquement
Populaires ou premieres, derriere ou devant
On monte les malles, des quais sur le pont
On charge dans les cales de l'acier, des jurons
Ne manque plus qu'un signe, du capitaine un mot
Des cabines aux cuisines
Sur le meme bateau

Un doigt de champagne, un toast au depart
Dans les soutes le bagne et les heures de quart
Des soirees mondaines, des valses ou tangos
Aux ombres, a la peine, un mauvais tord boyau
En attendant l'escale, Athenes ou Macao
Sous les memes etoiles
Sur le meme bateau

Au feu des machines, souffre matelot
Pres de la piscine, les belles et les beaux
Des salles de moteurs, des salons joyaux
Ici la sueur, le plus grand luxe en haut
Mais vienne une tempete, une lame en sursaut
Toutes les ames s'inquietent
Sur le meme bateau

Quand les astres s'en melent sur l'immense ocean
Quand tout devient si frele face aux elements
Plus de rang plus de classe, plus de bagne ou de beau
Chacun la meme angoisse
Sur le meme bateau, sur le meme bateau
 
Les recomiendo escucharla, tal vez les transmita lo mismo que a mí. Volviendo al tema, es también impactante y conmovedora la solidaridad y lealtad que la película atribuye a estos cuatro músicos quienes, a punto de darse por vencidos, deciden dar hasta su último respiro para hacer lo que aman, para seguir cumpliendo su misión en el mundo. No, no era para ver si alguien los escuchaba o para alivianar el ambiente, tal vez al principio pero finalmente, en medio de una situación cuyo desenlace inevitable no dependía en absoluto de ellos, eligen, enfrentando el pánico y frustración que los rodeaba, morir del brazo de aquéllo que hace vibrar su espíritu, haciéndolo además de la mejor forma que saben, con todo el sentimiento que son capaces de expresar en esos momentos... diciendo adiós...

No pretendo retratarlos como héroes o seres superiores que mantenían un estado zen permanente, incapaces de experimentar miedo alguno. Es posible que por su mente hayan pasado miles de ideas: sueños no cumplidos, arrepentimientos, deseos frustrados, ¿yo qué sé? Pero junto con ello, también sin duda, me parece, tuvieron la satisfacción de hacer lo que amaban, el privilegio de amar lo que hacían, y la posibilidad única de hacerlo hasta el final, ahí mismo, en medio de un naufragio.

Así me gustaría llegar al final de mi camino en la vida: satisfecha, agradecida, convencida y feliz. Satisfecha por haber hecho lo que más amaba a pesar de todo y de todos; por haberlo hecho bien sin dar jamás menos del cien por ciento; agradecida por el tiempo que la vida me haya permitido hacerlo, y la oportunidad de compartirlo y aportar algo; convencida y feliz por haber hecho que el camino valiera la pena... Lo maravilloso, y al mismo tiempo aterrador, es que vivir ese último momento tal como lo imagino, depende enteramente de mí, pero es un trabajo que no espera, es un trabajo que empieza hoy.

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*Dato obtenido de Ideoblogía

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