23 de marzo de 2012

Incertidumbre

La incertidumbre es una droga. Una tortura lenta, implacable, despiadada. Un huésped indeseable, aunque en ocasiones inconscientemente buscado y bienvenido. Te quiebra, te destroza, te sume en la angustia. te perfora y te atraviesa con sólo dejarla estar.

Pero la certeza... ¡qué miedo tan profundo nos provoca su sola idea cuando es obviado o claramente percibida la posibilidad de actualizar con ella el objeto de nuestro temor, aquéllo de lo que huimos, aquello que evitamos manteniéndonos en la incertidumbre. Tememos confirmarlo, tememos preguntar; preferimos refugiarnos en una pretendida incertidumbre, rogarle que nos aniquile antes que asesinar uno mismo la esperanza. Porque duele, porque le quita el sentido a todo, porque nos deja vacíos. y el vacío, la nada, es aterrador. Nos deja indefensos ante todo y ante nada. Pero también cura, sana, desvanece la obsesión.

La esperanza puede ser tan letal y enfermiza cuando se sostiene sin fundamentos; sólo rogando al destino o a la providencia que todo se alinee, que todo resulte... mientras permanecemos pasivos e inútiles cultivando un sufrimiento mediocre y vergonzoso; un sufrimiento del que deberíamos escapar a toda prisa, sin omitirlo, claro está.

Para evitar toda situación de incertidumbre debemos movernos entre absolutos: las cosas son o no son, sirve o no sirve, se quiere o no se quiere, me gusta o no me gusta, siento esto o no lo siento, está o no está. No hay zonas grises, no hay puntos medios, sin mediocridades, a costa de lo que sea, para alcanzar la paz interior cedida.

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